Raphaël Hadas-Lebel
En cada uno de los 27 estados de la Unión Europea, la campaña para las elecciones que acaban de concluir para el Parlamento Europeo se produjo en una atmósfera de indiferencia, donde votantes, candidatos y medios se centraron básicamente en cuestiones domésticas. Quizá precisamente por esa razón, la tasa de abstención (un promedio del 57%), fue la más alta desde la primera votación en 1979, mientras que la composición del Parlamento, con su mayoría de derecha, no sufrió ningún cambio significativo.
Tras las elecciones de 2004, el Partido Popular Europeo (PPE), que reagrupa a partidos de derecha y centro-derecha, tenía 288 bancas de las 785 del Parlamento. En 2009, sigue siendo la primera fuerza en el nuevo parlamento, con 267 diputados de un total de 736: la reducción en la cantidad de miembros también se debe al compromiso expreso de los Conservadores británicos y al partido de derecha checo de renunciar al PPE y crear su propio partido, con una línea de derecha más fuerte. Eso abre el camino al posible retorno para un segundo mandato de José Manuel Barroso como presidente de la Comisión.
Esta situación es paradójica, ya que Europa está experimentando una de las peores crisis económicas en su historia, con una caída del empleo y de los niveles de vida y una creciente preocupación sobre el futuro. Uno podría haber pensado que la extrema derecha iba a ser castigada en los países donde gobierna. Pero esa amenaza no se materializó. Los últimos resultados, de hecho, demuestran exactamente lo contrario -en Francia, Italia, Polonia, Dinamarca y hasta Alemania, donde la UDC había ganado un gran número de representantes en las elecciones de 2004. Donde la derecha está en la oposición, como en España y Portugal, mejoró su posición.
Por otra parte, el Partido Socialista perdió apoyo en casi todas partes, especialmente en aquellos países -España, Portugal, Hungría y Holanda- donde está en el poder. El Partido Socialista Europeo (PSE), que tenía 215 diputados en el antiguo parlamento, sólo aseguró 160 bancas. En Francia y Dinamarca, donde el Partido Socialista está en la oposición, no le fue mejor. La única excepción es Grecia. En Francia, el Partido Socialista está prácticamente superado en número por Europe Ecologie, una coalición verde reunida por el carismático Daniel Cohn-Bendit.
Los liberales siguen siendo la tercera fuerza del Parlamento Europeo, con alrededor de 80 diputados, menos que sus 100 miembros anteriores. Los Verdes parecen ser los principales beneficiarios de las elecciones y se han convertido en la cuarta fuerza: contarán con 55 bancas, un incremento de más de 10 bancas.
Los partidos extremos también se beneficiaron con las elecciones, al igual que algunos partidos "euroescépticos". En Francia, el partido de Jean-Marie Le Pen ha resultado sustancialmente debilitado, pero en Holanda, el partido anti-Islam liderado por Geert Wilders ganó 17% de los votos, mientras que en Austria, Dinamarca, Hungría, Eslovaquia y hasta en el Reino Unido, a la extrema derecha le fue mejor de lo esperado. De hecho, el Partido Nacional Británico de extrema derecha ganó su primera banca de la historia. Pero quienes se preocupan por el aumento del extremismo en Europa deberían tomar aliento del hecho de que existen muchas diferencias de opinión entre estos partidos.
La predominancia de la derecha en el futuro Parlamento Europeo exige cierta explicación. La razón principal podrían ser la mala fortuna de los partidos social-demócratas, que ahora encabezan sólo ocho gobiernos en la UE, a pesar de sus esfuerzos desde 2000 por minimizar su menguante influencia dentro de su electorado tradicional -obreros y empleados administrativos del sector público, gerente medios y empleados públicos.
Esto es válido para los grandes partidos social-demócratas del norte de Europa (Dinamarca y Suecia), pero también para los partidos que intentaron "modernizarse" combinando socialismo y liberalismo (el Reino Unido y España) y hasta para los partidos socialistas más tradicionales de Europa (Bélgica y Francia), a los que, a pesar de haber tenido triunfos locales, les ha resultado difícil recuperar el poder nacional. Mientras tanto, aquellos partidos que pretenden desplazarse hacia la izquierda, como Die Linke en Alemania, corren el riesgo de verse abrumados por la izquierda anticapitalista radical.
Todo da la sensación de que, frente a una crisis que cuestiona décadas de capitalismo impulsado por las finanzas y el dominio de la ideología de libre mercado, y a pesar de las expectativas generalizadas de un resurgimiento del estado benefactor, el ideal social-demócrata no ha logrado convencer a una mayoría de europeos de que puede ofrecer soluciones efectivas. De hecho, cuando se trata de pilotear una crisis profunda y compleja, los votantes europeos tienden a preferir la experiencia de los políticos conservadores.
Esto es más destacable en un momento en que los gobiernos de derecha abrazan la regulación y hasta la intervención estatal -los pilares de las ideologías izquierdistas-. Al mismo tiempo, un reclamo de transparencia y un cuidado por la ecología están creciendo entre las generaciones más jóvenes de toda Europa, lo que explica el progreso del voto verde en muchos países.
En resumen, la crisis económica global ha desestabilizado las divisiones ideológicas que durante mucho tiempo definieron la escena política europea y ha creado nuevas líneas divisorias. Estos nuevos abismos podrían ser el resultado más importante a largo plazo de las elecciones del Parlamento Europeo.
Tras las elecciones de 2004, el Partido Popular Europeo (PPE), que reagrupa a partidos de derecha y centro-derecha, tenía 288 bancas de las 785 del Parlamento. En 2009, sigue siendo la primera fuerza en el nuevo parlamento, con 267 diputados de un total de 736: la reducción en la cantidad de miembros también se debe al compromiso expreso de los Conservadores británicos y al partido de derecha checo de renunciar al PPE y crear su propio partido, con una línea de derecha más fuerte. Eso abre el camino al posible retorno para un segundo mandato de José Manuel Barroso como presidente de la Comisión.
Esta situación es paradójica, ya que Europa está experimentando una de las peores crisis económicas en su historia, con una caída del empleo y de los niveles de vida y una creciente preocupación sobre el futuro. Uno podría haber pensado que la extrema derecha iba a ser castigada en los países donde gobierna. Pero esa amenaza no se materializó. Los últimos resultados, de hecho, demuestran exactamente lo contrario -en Francia, Italia, Polonia, Dinamarca y hasta Alemania, donde la UDC había ganado un gran número de representantes en las elecciones de 2004. Donde la derecha está en la oposición, como en España y Portugal, mejoró su posición.
Por otra parte, el Partido Socialista perdió apoyo en casi todas partes, especialmente en aquellos países -España, Portugal, Hungría y Holanda- donde está en el poder. El Partido Socialista Europeo (PSE), que tenía 215 diputados en el antiguo parlamento, sólo aseguró 160 bancas. En Francia y Dinamarca, donde el Partido Socialista está en la oposición, no le fue mejor. La única excepción es Grecia. En Francia, el Partido Socialista está prácticamente superado en número por Europe Ecologie, una coalición verde reunida por el carismático Daniel Cohn-Bendit.
Los liberales siguen siendo la tercera fuerza del Parlamento Europeo, con alrededor de 80 diputados, menos que sus 100 miembros anteriores. Los Verdes parecen ser los principales beneficiarios de las elecciones y se han convertido en la cuarta fuerza: contarán con 55 bancas, un incremento de más de 10 bancas.
Los partidos extremos también se beneficiaron con las elecciones, al igual que algunos partidos "euroescépticos". En Francia, el partido de Jean-Marie Le Pen ha resultado sustancialmente debilitado, pero en Holanda, el partido anti-Islam liderado por Geert Wilders ganó 17% de los votos, mientras que en Austria, Dinamarca, Hungría, Eslovaquia y hasta en el Reino Unido, a la extrema derecha le fue mejor de lo esperado. De hecho, el Partido Nacional Británico de extrema derecha ganó su primera banca de la historia. Pero quienes se preocupan por el aumento del extremismo en Europa deberían tomar aliento del hecho de que existen muchas diferencias de opinión entre estos partidos.
La predominancia de la derecha en el futuro Parlamento Europeo exige cierta explicación. La razón principal podrían ser la mala fortuna de los partidos social-demócratas, que ahora encabezan sólo ocho gobiernos en la UE, a pesar de sus esfuerzos desde 2000 por minimizar su menguante influencia dentro de su electorado tradicional -obreros y empleados administrativos del sector público, gerente medios y empleados públicos.
Esto es válido para los grandes partidos social-demócratas del norte de Europa (Dinamarca y Suecia), pero también para los partidos que intentaron "modernizarse" combinando socialismo y liberalismo (el Reino Unido y España) y hasta para los partidos socialistas más tradicionales de Europa (Bélgica y Francia), a los que, a pesar de haber tenido triunfos locales, les ha resultado difícil recuperar el poder nacional. Mientras tanto, aquellos partidos que pretenden desplazarse hacia la izquierda, como Die Linke en Alemania, corren el riesgo de verse abrumados por la izquierda anticapitalista radical.
Todo da la sensación de que, frente a una crisis que cuestiona décadas de capitalismo impulsado por las finanzas y el dominio de la ideología de libre mercado, y a pesar de las expectativas generalizadas de un resurgimiento del estado benefactor, el ideal social-demócrata no ha logrado convencer a una mayoría de europeos de que puede ofrecer soluciones efectivas. De hecho, cuando se trata de pilotear una crisis profunda y compleja, los votantes europeos tienden a preferir la experiencia de los políticos conservadores.
Esto es más destacable en un momento en que los gobiernos de derecha abrazan la regulación y hasta la intervención estatal -los pilares de las ideologías izquierdistas-. Al mismo tiempo, un reclamo de transparencia y un cuidado por la ecología están creciendo entre las generaciones más jóvenes de toda Europa, lo que explica el progreso del voto verde en muchos países.
En resumen, la crisis económica global ha desestabilizado las divisiones ideológicas que durante mucho tiempo definieron la escena política europea y ha creado nuevas líneas divisorias. Estos nuevos abismos podrían ser el resultado más importante a largo plazo de las elecciones del Parlamento Europeo.
Raphaël Hadas-Lebel, autor de Hundred and One Words about the French Democracy (Ciento una palabras sobre la democracia francesa), es miembro del Consejo de Estado y profesor del Instituto de Estudios Políticos en París.