lunes, agosto 04, 2008

Hacia un New Deal ecológico

El activismo local es una contribución importante a la lucha por un planeta justo y sostenible, pero la magnitud de la crisis climática es tal que a largo plazo solamente los compromisos legales vinculantes pueden significar un cambio. Necesitamos de un nuevo keynesianismo para el medio ambiente.
Susan George nació en los Estados Unidos, pero actualmente vive en París, donde esta entrevista tuvo lugar en febrero del 2008. Desde hace más de 30 años George ha sido una importante analista y activista contra la desigualdad social. Es co-fundadora, afiliada y ahora también miembro del consejo del Instituto Transnacional (Transnational Institute) de Ámsterdam, una sociedad descentralizada de académicos de todo el mundo cuya tarea es contribuir a la justicia social, luchando activamente por ello en la sociedad civil de sus respectivos países. Entre 1999 y mediados del 2006 George fue vicepresidenta de ATTAC (Asociación para la Tasación de las Transacciones y por la Ayuda a los Ciudadanos) en Francia y recientemente ha sido nombrada presidenta honoraria de ATTAC-Francia. Su trabajo se centra actualmente en varios aspectos de la globalización neoliberal en el hemisferio Sur, pero también en Europa y en los Estados Unidos. Participó en la campaña contra el Acuerdo Multilateral para la Ia Inversión (MIA en sus siglas inglesas) y también en la campaña para democratizar la Organización Mundial del Comercio (OMC), así como en el movimiento GATS-Zonas Libres, al cual pertenecen ahora más de 1.500 ayuntamientos de toda Europa. George es la autora de más de una docena de libros, incluyendo How the Other Half Dies: The Real Reasons For World Hunger [Cómo muere la otra mitad: las verdaderas razones de la hambruna mundial] (Penguin, 1976), Faith and Credit: The World Bank's Secular Empire [Fe y crédito: el imperio secular del Banco Mundial] (Penguin, 1994), and Another World Is Possible, If… [Otro mundo es posible, si...] (Verso, 2004). Sus más recientes libros son We the peoples of Europe [Nosotros, los pueblos de Europa](Pluto, 2008) y Hijacking America: How the Religious and Secular Right Changed What Americans Think [Secuestrando Norteamérica: cómo la derecha religiosa y secular cambió lo que los norteamericanos piensan](Polity Press, 2008).
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Ashley Dawson: Empecemos hablando de la idea de un nuevo keynesianismo medioambiental que has propuesto en una conferencia patrocinada por el International Forum on Globalization el pasado mes de septiembre. ¿Cómo los últimos desarrollos en la economía, particularmente en el estallido de la burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y la crisis que le siguió en el sistema financiero mundial, han dado forma a tu interpretación de las posibilidades y obstáculos a los que se enfrenta el movimiento por la justicia mundial?
Susan George: Lo que está ocurriendo ahora confirma lo que dije allí entonces. Incluso mientras escribía mi intervención, se me hacía evidente que la crisis de las hipotecas sub-prime no iba a terminar simplemente ahí. Es más, habían ramificaciones que lo hacían evidente mucho antes de que la crisis saltara a las portadas de la prensa. Ya sabía, por ejemplo, que cosas como las obligaciones de deuda colateralizada, los vehículos de inversión estructurada y otras invenciones recientes para hacer parecer deseables y seguras las inversiones no eran sino una farsa. Pues nadie sabía a quién pertenecían estos nuevos vehículos financieros, ni cuánto poseían, y nadie sabía tampoco si estas cosas valían la pena, porque lo cierto es que no había ningún mercado para ellos. Estas inversiones cortaban en rodajas los diferentes tipos de deudas existentes de hipotecas, de tarjetas de crédito, obligaciones emitidas por las corporaciones, lo que quieras para luego mezclarlos todos juntos. Todos los problemas a lo que conducía este tipo de operaciones se hicieron evidentes en agosto. Así que cuando estaba escribiendo mi intervención pude ver cómo la crisis se aproximaba, y saber que se iba a producir una recesión, si no algo peor.
Ya conoces el viejo cliché de que el carácter del alfabeto chino para “crisis” significa “oportunidad” pero también “peligro”. Pues bien, la idea de mi escrito era considerar cómo salir de una crisis financiera si los instrumentos habituales para hacerlo han sido utilizados hasta un punto que ya no son efectivos. ¿Cómo se consigue? Bueno, si eres [John Maynard] Keynes, te centrarías en el gasto gubernamental, creando miles de empleos, poniendo a la gente a trabajar, reduciendo las tasas de interés, podrías devaluarlas para hacer tus mercancías más atractivas a ojos de los países extranjeros, y también proporcionando ayudas financieras a grupos sociales determinados. Pero en el caso de los EE.UU. de hoy no soy economista, pero no hace falta ser un genio ni Paul Krugman para verlo [el presidente de la Reserva Federal Ben] Bernanke ha reducido espectacularmente las tasas de interés y devaluado el dólar hasta el punto de preguntarse si puede hacer algo más sin causar una enorme cantidad de dolor a su país y al mundo entero, y el país, por su parte, se ha endeudado tanto que ya no puede imprimir más dinero o tomarlo prestado de otras fuentes, puesto que ello contribuiría a la inflación. Otras naciones, incluidos los chinos, que se juegan mucho con lo que pase en los EE.UU., están empezando a entender que lo que realmente les conviene es no tener más dólares en su poder. ¿Y qué haces en un caso como éste?
El único paralelo que puedo ver con esta situación es con la Segunda Guerra Mundial, el período que viví en mi infancia. Fue una época muy inspiradora. No hace falta decir que no era nada divertido que mi padre tuviera que ir a la guerra, pero fue inspiradora en el sentido en que podías sentir que toda la sociedad, todos juntos, arrimaban el hombro. Podía alardear ante mis amigos de escuela que mi padre fuera “hombre de un dólar al año”. Dirigía el departamento aeronáutico de Goodyear en una época en que experimentaban con dirigibles y sacaban adelante todo tipo de innovaciones brillantes, pero también era un “hombre de un dólar al año”, y esto era lo que le proporcionaba realmente prestigio. Era alguien, en otras palabras, responsable de buscar los objetivos de guerra y mantener con ello a la gente a salvo.
Mi idea no es, por supuesto, llevar al país al a la guerra para enfrentarnos a la actual crisis económica, sino impulsar un nuevo keynesianismo para el medioambiente: una llamada a la inversión masiva en la conversión ecológica de la industria, en las energías alternativas, en la manufactura de materiales ligeros para su uso en nuevos vehículos y aviones, en un transporte público limpio y eficiente, en la construcción de una industria verde y retroalimentada, etcétera.
No resulta muy difícil imaginarse un escenario que movilice a la gente. Es relativamente fácil construir una narrativa que englobe y unifique a la población en torno a la crisis medioambiental, sobre el estado del planeta y por qué los Estados Unidos deben mostrar su liderazgo en la lucha contra el calentamiento global, y por qué si no lo hacemos nadie más lo hará. Con una narrativa movilizadora como ésa podríamos repetir lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. En vez de las profundas desigualdades sociales de hoy, las enormes cantidades de dinero acumuladas por unos pocos y el hecho de que ninguno de ellos esté dispuesto a compartirla Bill Gates y Warren Buffett son, después de todo, excepciones entre los actuales multimillonarios egoístas podrías motivar a la gente con sentido del honor, a través de la sensación de competir por algo prestigioso, ligado a la cualidad de liderazgo en materia medioambiental, en línea con la figura de los hombres del dólar al año durante la Segunda Guerra Mundial. Este modelo de nuevo keynesianismo medioambiental nos llevaría a desarrollar mejores ideas para los programas de energía alternativa que están siendo discutidos por los candidatos presidenciales en estos mismos instantes.
AD: ¿Qué opina de la idea de que el activismo medioambiental surge como una de las consecuencias de la carestía, de que sólo en las sociedades que han maltratado a su medio ambiente con la industrialización podemos ver surgir una consciencia ecológica? ¿No es el peligro, entonces, que las turbulencias económicas actuales desvíen la atención de la cada vez más intensa crisis medioambiental subyacente?
SG: No si podemos ayudar a la gente a entender que escapar de la crisis económica y medioambiental es una misma cosa, que se puede salir de una si se presta la debida atención a la otra. También creo que si preguntásemos a las víctimas de las inundaciones y de los huracanes, todas ellas abrumadoramente pobres, también prestarían atención al cambio climático una vez hubieran entendido que su situación proviene y depende de ello. Es más, se trata de un mito romantizar a la gente pobre o las “sociedades primitivas” porque no maltratan al medioambiente como nadie lo ha hecho antes: las cacerías de búfalos de los nativos americanos, la muerte de los grandes mamíferos, la deforestación, eso de que sólo tomaban las frutas que colgaban de las ramas más bajas. Lees a Jared Diamond y te llevas la sensación de una sobreexplotación de los recursos naturales en las sociedades pasadas. Pero su libro Collapse es por otra parte una comparación útil, porque también habla del aislamiento de las élites. Éstas pueden seguir consumiendo después de que los estamentos inferiores de sus sociedades hayan sido golpeados duramente por una crisis medioambiental. Lo que me parece muy cierto hoy, aunque a una escala mucho mayor, mundial, que la de los Mayas o la población de la Isla de Pascua.
También pienso que deberíamos recordar que la gente no es muy exigente, sino más bien modesta en sus sueños y esperanzas. Si se promulga una reforma agraria, la gente se toma muy en serio el cuidado de su tierra. Es no poseer lo necesario lo que les lleva a explotar los recursos naturales hasta sus últimas consecuencias. El campesino tradicional no es quien destroza su propiedad: él selecciona las mejores semillas, se dedica al cultivo diversificado más que al monocultivo que agota el suelo, utiliza diferentes tipos de fertilizantes, etc. Le daré un ejemplo: Sir Albert Howard, ingeniero agrónomo jefe de los británicos en India a comienzos del siglo XX, fue a los pueblos e investigó las técnicas de fertilización tradicionales para luego reintroducirlas en las zonas en las que había desaparecido, obteniendo magníficos resultados. Todo este sinsentido sobre la “Tragedia de los comunes” es sólo cierto cuando no se tiene comunidad: si la comunidad tiene el poder de decidir quién posee qué, el uso [de ese bien] está estrictamente controlado y no se produce el fracaso, como Michael Goldman ha demostrado. Y esto funciona ya se trate de silvicultores indios, mariscadores de Maine o propietarios de reses de la Inglaterra rural del siglo XVII. La condición indispensable para trabajar en la comunidad es que la gente sea capaz de regular los bienes comunales por sí misma.
Acabo de finalizar un artículo sobre el agua y el desarrollo sostenible para la Exposición Internacional que está teniendo lugar en Zaragoza. Entre otras cosas, he descubierto que en Valencia existe un Tribunal de las Aguas (Tribunal de les Aigües) que se ha estado reuniendo cada semana desde hace miles de años. Está compuesto por agricultores y se reúne cada jueves al mediodía para oír sus quejas sobre el riego. Conocen el campo y conocen las técnicas de agricultura y riego. Se escuchan ambas partes de las disputas y se toman decisiones al final. Aquí tenemos un ejemplo de los comunes (commons) (1) en marcha. Por desgracia, este tribunal probablemente desaparecerá, porque el gobierno español está introduciendo una red nacional muy racional de riego por goteo que permite controlar su uso y reduce sustancialmente el consumo de agua subvencionada. Pero el Tribunal de las Aguas es todavía un buen modelo. Mantener a las personas juntas en la comunidad con intereses comunes, sin permitir que los intereses individuales de nadie sean los dominantes, se trata, en todo momento y lugar, de una cuestión central. Todos las sociedades siempre han tratado de conseguir este objetivo, menos nosotros. Nosotros nos hemos limitado a dejar que las cosas vayan a su aire, cada vez más y más desiguales, hasta que la situación explote.
AD: El problema de la reforma agraria nos lleva a la cuestión de las relaciones internacionales y de cómo ocasionar un cambio que sea equitativo a una escala local. ¿Hasta dónde se puede llevar la transformación social empleando el cuerpo de leyes internacional sin intensificar las formas de injusticia, teniendo en cuenta particularmente la historia de tres décadas de (el así llamado) reajuste estructural y neoliberalismo? ¿Crees que tu trabajo para ATTAC puede ofrecernos algún modelo?
SG: La cuestión es que no se puede tener un sistema financiero internacional que sólo contemple la regulación nacional. Acabamos de verlo hace muy poco. Los reguladores franceses se reunieron recientemente y dijeron que Jérôme Kerviel, el agente de bolsa cuya malversación de fondos contribuyó al crash de la Société Générale [principal banco de Francia], era virtualmente invisible para ellos porque estaba comerciando con derivados alemanes y franceses. Así que tienes a un tío en París y a un montón de reguladores franceses en la misma ciudad, pero ninguno de ellos sabe lo que está ocurriendo, como tampoco lo saben los reguladores alemanes. El sistema entero es lo que no funciona. Los reguladores han abandonado su función a las agencias crediticias, las cuales estuvieron tan completamente desinformadas, o fueron tan laxas, que ahora están totalmente desacreditas porque dieron la categoría de triple A a sociedades que emitían obligaciones basura.
Así que sabemos por éste y por otros síntomas que el sistema actual no funciona. También sabemos que los impuestos que se ingresan en los tesoros nacionales vienen de la gente como usted y como yo, esto es, que tienen una dirección fija, a los que el gobierno puede llegar, y que consume en el país. De ahí es de donde viene el dinero, así como de los negocios que están localizados en un sitio en particular. En cambio, la parte de los impuestos pagados por corporaciones transnacionales y por otras empresas de enorme movilidad se ha reducido significativamente. No es algo justo -no lo es en el sentido de la palabra para la mayoría de las personas.
La idea que hay tras ATTAC, y que fue formulada hace diez años tras la crisis financiera asiática y las más de 100 crisis que la precedieron y la siguieron, es muy sencilla. Estas crisis ocurren porque los especuladores piden préstamos en una moneda y los devuelven en otra, obteniendo grandes sumas de dinero con ello. Y siempre son los mismos quienes ganan, y los mismos quienes pierden. Nuestra idea es que hay varios “productos” financieros específicos que se pueden tasar. Se pueden tasar las transacciones monetarias, por ejemplo. Es lo que se denomina Tasa Tobin, a pesar de que nosotros hemos refinado las ideas mucho más de lo que [el profesor de Yale James] Tobin propuso. Esta tasa en las transacciones financieras ha logrado un cierto éxito: Bélgica ha discutido la idea en su parlamento, y su gobierno patrocina un modelo europeo siguiendo una pauta similar; Chirac, Lula, Zapatero y un grupo de otros líderes mundiales la llevaron hasta la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde más de un centenar de países dieron su firma para su apoyo -aunque no lo hicieron los EE.UU., ni el Reino Unido ni otros importantes centros financieros, por supuesto.
Cuando propusimos este modelo de tasación, la cantidad de moneda que circulaba por los mercados financieros se calculaba alrededor de los 1'2 billones de dólares al día. Se trata de mercados enormes, gigantescos. Se ha realizado mucho trabajo técnico sobre cómo implementar una tasa como ésta, y lo que se ha descubierto es que no sería nada difícil. Se trata simplemente de introducir unas líneas de código en el software, de manera que los bancos centrales saben dónde se encuentra su dinero en todo momento, y no se requiere ningún permiso judicial para averiguarlo, porque este sistema está basado en el dinero y no en las jurisdicciones en las que el dinero puede encontrarse. En otras palabras, el argumento de que la Tasa Tobin es técnicamente inviable a pesar de tratarse de una bonita idea es, liso y llano, falso.
Ésa fue una de las principales ideas de ATTAC: una tasa basada en diez puntos básicos, una décima parte de un uno por ciento. Se han hecho varias estimaciones sobre cuánto dinero recaudaría esta tasa, pero está claro que sería una enorme cantidad, sobre todo si tenemos en cuenta que hay 3 billones de dólares en circulación en los mercados financieros. Si le echas un vistazo al Herald Tribune verás que el dólar actualmente se vende alrededor de 1.4647 el euro; nosotros queremos que esté a 1.4646, la décima parte de un céntimo va al bote. Podríamos discutir sobre cómo debería de usarse este dinero. Pero también existen ya modelos para esto. Por ejemplo, existe una agencia en los Estados Unidos que recolecta y distribuye la tasa por vuelos. Esto es lo que hasta ahora han conseguido los esfuerzos de ATTAC: es una victoria simbólica, pero se trata de una tasa internacional, por lo que es un paso en la dirección correcta.
Chirac no tuvo el pulso necesario para firmar una tasa sobre la moneda, así que la propuso sobre la aviación. Si compras un billete de Air France, te informarán del precio del billete y de las tasas. A veces las tasas superan el coste del billete. Pero, vale, la gente que quiere viajar tiene que pagar para poder hacerlo. La agencia de las Naciones Unidas que está recolectando estos fondos los emplea supuestamente para planes para luchar contra la malaria, la tuberculosis y el SIDA. Podríamos discutir cómo debería distribuirse el dinero, claro, ¿pero qué pasa con el país en el que se recolecta ese dinero? ¿Debería un país con el 40% del comercio mundial quedarse con un porcentaje de la tasa o debería enviarlo a los países del hemisferio Sur? Eso es lo que deberíamos de discutir. Pero el punto más importante de todo esto es que podríamos utilizar esta tasa para empezar a equilibrar no sólo las enormes desigualdades que existen entre países, sino también dentro de esos países.
También existe la idea de una tasa unitaria para los beneficios conseguidos por las corporaciones transnacionales. Circula a través de la Tax Justice Network (TNJ) [Red por una Tasa Justa], dirigida por John Christiansen. Christiansen es un ex empleado de la industria bancaria de [la isla de] Jersey, el centro banquero offshore por excelencia, así que sabe cómo funcionan las cosas desde dentro. Por supuesto, las transnacionales están luchando a brazo partido contra las propuestas de la TNJ. Uno de los principales problemas es que todo esto parece tan técnico que la mayoría de la gente ni siquiera puede imaginárselo. Quiero decir, que si menciono a la International Accounting Standards Board (IASB) [Consejo Internacional para el Estabelcimiento de los Estándares de Contabilidad], ya te has dormido antes de que pueda haber terminado la frase. Pero la IASB es un grupo de empresarios que pertenece a Price Waterhouse y otras grandes compañías contables y auditoras que están estableciendo los estándares mundiales de contabilidad. Lo han hecho para Europa y para la Comisión Europea, que ama cualquier cosa que sea de corte neoliberal, y está encantada con la idea de que la zorra sea quien vigile el gallinero. El problema es que sus estándares están establecidos de una manera que no se puede adivinar qué compañía es la que ha generado un beneficio. Se puede informar, simplemente, que viene “del país de procedencia [de la empresa]”, “de toda Europa” o “de toda África”, etcétera. La idea, sin embargo, es que tienes que conocer lo que factura cada corporación en cualquier país en particular, y entonces aplicar un pequeño impuesto unitario. Una vez más, es difícil hacerlo en estas condiciones.
Luego, por supuesto, ATTAC también lucha por la cancelación se la deuda externa de los países pobres. Está campaña lleva en marcha veinte años, incluso mucho antes de que existiera ATTAC. Y luego está la cuestión de los paraísos fiscales, que ha saltado una vez más a la palestra por el escándalo entre Alemania y Lichtenstein. Hay al menos mil personas en Alemania, presidentes de varias corporaciones muy ricos y similares, que han fijado la sede de sus fundaciones en Lichtenstein con el objetivo de evadir impuestos. Se ha producido un enorme escándalo en Alemania: la gente se ha llevado las manos a la cabeza porque un puñado de ricos está evadiendo los impuestos que el ciudadano común está obligado a pagar. Lichtenstein retiene la información y el gobierno alemán tiene que pagar a alguien en Lichtenstein nada menos que 5 millones de euros para conseguir un disco con la información sobre estos evasores de impuestos. Lo que todo esto muestra es que necesitamos deshacernos por completo de los paraísos fiscales.
AD: ¿Existe alguna rama norteamericana de ATTAC?
SG: La gente en Europa me lo pregunta todo el tiempo. Me preguntan: “¿Por qué no ha arraigado en los países anglosajones?”. Yo les respondo que, para empezar, el país es enorme. Y que, además, los Estados Unidos tienen que ponerse al día en muchas cuestiones políticas. Muchísimas personas bienintencionadas están ayudando a los inmigrantes, o haciendo algún tipo de tarea en la ecología, o en cualquier otra cosa progresista, pero por lo general no cooperan entre ellos. Y la gente todavía está muy apegada a las políticas identitarias, las políticas de orientación racial, sexual, religiosa o de género. Este tipo de cosas me aburren hasta decir basta, y además me ponen muy nerviosa. Creo que deberíamos dejar de preguntarnos de una vez por todas quiénes somos y empezar a preguntarnos qué podemos hacer, preferiblemente todos juntos. Pero eso es algo, claro, que no podemos dictar a la gente.
En todo caso, no estoy segura de por qué no hay más consciencia de la desigualdad en los Estados Unidos ni de por qué no existe allí una rama de ATTAC. Recuerdo que se realizó una encuesta en la que se preguntó a los americanos si creían encontrarse en los niveles de ingresos más altos. El 19% contestó que “sí” y un 20% dijo que “no, pero estoy seguro de que lo estaré en los próximos cinco años.” Es aquí donde todas esas teorías sobre género y sexualidad han funcionado a la perfección. Es lo que escribo en mi Informe Lugano [una sátira en la que se propone un programa para mantener a la élite en el poder durante todo el siglo XXI]. En mi falso informe, la comisión que he inventado le explica a la derecha, esos tipos horribles que se reúnen en Davos, cómo pueden hacer que el capitalismo sea invencible a lo largo de todo el siglo XXI. Una de las cosas que deben hacer es financiar todas estas escuelas de pensamiento sobre las diferencias de género y de raza, nativos por aquí y nativos por allá. Financiar todos estos movimientos para que puedan luchar los unos contra los otros y no contra el enemigo. Con esto no quiero decir que esté en contra de la igualdad entre y para los negros y las mujeres y todo lo demás, pero desde el momento en que se dice “iguales ante la ley”, bueno, entonces deberíamos cambiar las leyes y concentrarnos en los verdaderos adversarios sin permitir que el individualismo tome el control de la situación.
AD: ¿Y qué ocurre con Europa? Desde una perspectiva estadounidense, parece que exista un acuerdo que enfatiza el cambio de las ciudades y de los países para hacerlos más sostenibles. Pequeños pasos en un contexto mucho más amplio, es cierto, pero aun así mucho más de lo que vemos a diario en los EE.UU. Me preguntaba si podríamos volver a hablar de la idea de un proyecto keynesiano. ¿Podría llevarse a cabo algo así en Europa?
SG: Bueno, por supuesto. A pesar de que últimamente son muy neoliberales, lo cierto es que nunca han abandonado, al menos en Francia, la noción de inversión pública y servicios públicos. La Comisión Europea está haciendo todo lo que puede para acabar con ello. Éste es uno de los aspectos que el Tratado de Lisboa reforzará en su larga marcha hacia el neoliberalismo y la destrucción de la comunidad y de la cohesión social, asegurándose que todo el mundo tenga que pagar por cada cosa, bienes y servicios. Pero aún así, nunca abandonamos la noción de bien público, aunque muchas de las luchas de ahora están tratando de defender los logros de la década de los treinta y del periodo de posguerra. Todas las luchas que hemos tenidos sobre las pensiones de jubilación, las prácticas de contratación y despido, beneficios laborales y sanitarios, han sido luchas no para conseguir mejorar algo que era lo que ocurría en los 60 y los 70 sino para no retroceder. Creo que este tratado [el Tratado de Lisboa para una nueva versión de la Constitución Europea] es un completo desastre, y la manera en que lo han hecho muestra que no están en absoluto interesados en la democracia. Creo que más bien supone el fin de la democracia. Lo último que deberíamos perder es la esperanza, y aún así... Los franceses y los holandeses votaron contra la constitución neoliberal, así que ahora las élites europeas lo han amañado para que la gente no pueda votarlo. El propio Sarkozy dijo el pasado mes de noviembre que si hubiera un referéndum, el tratado sería rechazado. Así que no han permitido a nadie que vote. De hecho, sólo los irlandeses pueden votar.
¿Y cómo ha sido cocinado? Pues de manera muy legal. Para aplicar un nuevo tratado en Francia se tiene que cambiar la constitución, algo que se decía hasta que a principios de mes Francia participó en la UE bajo los términos del tratado en tal y tal fecha. Ahora dicen: “bajo los términos del Tratado de Lisboa.” Para cambiar la constitución, todos los senadores y diputados tienen que alcanzar el consenso. Así que se fueron a Versalles, les ofrecieron probablemente una buena comida y, con el estómago lleno, votaron. Pero se necesitan las tres quintas partes para obtener una mayoría simple y modificar la constitución. Podríamos haberla ganado, pero los malditos socialistas, que son unos blandos, dijeron que se abstendrían. Algunos votaron que “sí”, pues ya estaban a favor del tratado -les tengo más respeto a ellos que a los que se abstuvieron. Y algunos votaron “no”, los mismos que estuvieron contra la constitución neoliberal hace un año y medio. Al final Sarkozy obtuvo su mayoría simple, y entonces pudo decidir si sometería la aprobación del tratado a una votación parlamentaria o por referéndum popular. Y ni que decir tiene que no optó por esto último. Fueron los socialistas los que nos hicieron perder una oportunidad, una vez más.
Fuimos a Versalles para manifestarnos en contra, pero los medios de comunicación no nos prestaron mucha atención, a excepción de algunos comentarios maliciosos aquí y allá. Verá, los medios de comunicación estuvieron a favor de la constitución en el 2005, así que quedaron tan desacreditados con el voto negativo como lo quedaron las élites y los socialistas que estuvieron a favor del “sí” a la constitución en el 2005. Un 55% de la ciudadanía votó “no”, y su victoria se les hizo intolerable. A nuestros dirigentes no les importa nada la democracia. Después de que franceses y holandeses emitieran su voto hace dos años, el vicepresidente de la comisión, un neoliberal alemán llamado Gunter Verheugen, declaró: “No deberíamos ceder ante el chantaje.” ¿Esta es su idea de soberanía popular? ¿Chantaje?
Fui invitada como comensal “radical” a una comida en Bruselas organizada por Etienne Davignon y Viscount Davignon. Era su 75 aniversario. Se suponía que teníamos que hablar de Europa durante los intervalos entre la sopa de marisco y el siguiente plato, y mi pequeño grupo incluyó a la ex-presidenta de Letonia. Dijo que fue presidenta durante dos legislaturas y que tenía se tenía que comprender de una vez que la política es un métier, un trabajo que la gente que conduce trenes o trabaja en hospitales o haciendo pan, o cualquier otra cosa prosaica, no puede entender. No están preparados para tomar esas decisiones. Es mucho mejor dejar que esas decisiones las tomen, según ella, las personas que saben verdaderamente cómo hacerlo. Ella misma ha estado viviendo en Canadá la mayor parte de su vida, así que no puede decirse que no sepa lo que es la democracia. Se trata más bien de la idea de que la gente normal debería dejar la toma de decisiones a las élites.
En consecuencia, tengo una perspectiva muy pesimista sobre lo que está ocurriendo ahora mismo en Europa. Estoy escribiendo un artículo para Red Pepper (2) sobre Tony Blair como presidente de la Comisión. Es la persona idónea para el cargo: está en contra del sector público y se desentendió de la carta de derechos fundamentales adjunta al tratado, una carta ya de por sí muy tibia que nada tiene que ver con los estándares de la constitución francesa u otras constituciones nacionales. La cuestión es que por endeble que sea, uno siempre puede dejar la parte social de la constitución a un lado. Lo que quiere decir que es el libre mercado, la competición libre y perfecta y el movimiento sin trabas de capitales, bienes, servicios y personas lo que importa. Y en el momento en que se consiguen los derechos, uno siempre puede desentenderse de ellos. Eso es lo que ha estado haciendo Tony Blair, y por ello resulta perfecto para el cargo. Seguro que está muy feliz con las perspectivas de que la OTAN se convierta en la base de la defensa europea y nos obligue a un mayor gasto militar.
AD: ¿Qué puedes decirnos sobre la noción, avanzada por algunos, de que las nuevas formas de producción energética van a ser localizadas y van a jugar un importante papel en el fomento de nuevas y más responsables formas de democracia? Si resulta complicado hacerlo a un nivel nacional y, como acabas de describir, a un nivel transnacional como el de la Unión Europea, ¿cómo hacerlo a un nivel local, municipal?
SG: Este tipo de iniciativas son buenas. Yo estoy a favor de remunicipalizar la economía. Es una ventaja, por ejemplo, poder comprar la comida en el propio municipio. Pero pienso que es una ilusión, y una peligrosa, pensar que cambiando nuestro comportamiento lo cambiamos todo. Esto no es simplemente cierto. Es una cuestión de escala. Si pudiéramos hacer que todos los europeos cambiasen sus bombillas en un corto periodo de tiempo, lo cual ya sería una tarea colosal, no habría muchas diferencias. No deberíamos permitir que la gente piense que sólo por consumir otros tipos de productos van a cambiar el mundo. Estoy a favor del comercio justo, pero todo se reduce ahora mismo una cuestión de escala. El cambio local es una de las escalas, y a veces algunas de estas cosas pueden ir expandiéndose y aumentando, pero lo que realmente necesitamos es pensar en términos de grandes ciclos.
Siempre soy muy cuidadosa y procuro no desanimar a la gente a que se implique, sea cual sea el nivel al que lo haga. La vida es muy larga y a veces puede empezarse a nivel local. Por ejemplo, si participas en una cooperativa de consumo, eso es un avance. Cosas como ésa son buenas. Luego, a veces, cuando ya no tienes que cuidar de tres hijos, como por ejemplo me ocurrió a mí, puedes ir más lejos en tu esfuerzo. Así es como aprendes y, a veces, como ganas, y por ello es tan importante hacerlo. Así que no estoy desechando sin más este tipo de iniciativas.
Pero si pensamos seriamente en la magnitud de estos problemas, entonces tenemos que tomar un punto de vista mucho más amplio, desde Júpiter o similar, si me permite la ironía. Tiene que hacerse mediante cambios legislativos, a través de algo que sea vinculante. Y por descontado, los incentivos económicos pueden ser una parte de ello, ¿pero cómo conseguirlos? Estos se consiguen mediante la ley, con el gobierno diciendo, al menos al comienzo, que subvencionarán la energía solar, la que proviene de corrientes marinas, la biomasa, etcétera. Y eso significa que tiene que haber más democracia, porque hay que buscar la manera de que la gente participe en estos programas, por eso he mencionado antes el programa Dollar-a-Year. Hay que buscar la manera de implicar a los constructores, por ejemplo. ¿Sabe usted? En el Reino Unido un grupo de constructores ecológicamente responsables le pidió a Tony Blair que estableciera unas normas para la industria de la construcción, porque en aquel momento las técnicas de construcción ecológicas costaban cerca de un 10% más que las tradicionales, incluso si gracias a esas técnicas se podían recuperar los costes en el ahorro de energía en un período de tiempo razonable y desde luego a lo largo de la vida de ese edificio. Blair rechazó la propuesta. Así que hace falta liderazgo a nivel nacional, y la manera de irlo consiguiendo tampoco es tan complicada. Sólo hace falta tasar más lo que queremos que haya menos, y no tasar, sino subvencionar, lo que queremos que haya más.
AD: Ahora nos enfrentamos a un panorama sobrecogedor en términos medioambientales, uno cuya gravedad ni siquiera los científicos parecen haber esclarecido lo suficiente. ¿Cómo podemos evitar el pesimismo mientras escuchamos las noticias sobre cómo se derriten los polos glaciares, se extinguen especies animales en masa, y otras del mismo tono?
SG: Siempre me están preguntando “si soy optimista o pesimista.” Es un clásico. Yo respondo que no me limito en mi trabajo a las categorías de optimismo y pesimismo, excepto quizá por la famosa cita de Gramsci: “optimismo de la voluntad, pesimismo de la inteligencia.” Lo cierto es que no sabemos cómo va a ser el futuro, después de todo, al menos en términos políticos, y nadie debería subestimar al futuro. Siempre digo que la primera cosa que hay que tener es esperanza, que es algo muy diferente al optimismo. Y la segunda cosa es la noción científica de crítica autoorganizada. Es decir, la idea de que hay fases de cambio en los sistemas, y que, en cualquier momento que no podemos predecir, puede cambiar la estructura de un sistema por completo. Ilya Prigogine obtuvo el Premio Nóbel por este descubrimiento en química, y hay varias personas del Instituto de Santa Fe trabajando en esta misma investigación ahora mismo. El ejemplo más simple es el de la pila de arena del cual un grano cae a intervalos regulares: no podemos saber cuándo cederá la estructura y la pila caerá, pero en algún punto un grano modificará enteramente forma de la pila. En algo tan complejo como un sistema social, el cual es un sistema de stocks y flujos, como cualquier otro sistema, como el cuerpo humano, que está interactuando en todo momento con su entorno, resulta imposible saber qué elemento modificará el sistema por completo, ni se puede predecir cuándo mutará el sistema. Es, en una palabra, impredecible.
Por lo tanto, no puede abandonar uno la lucha política con la conciencia limpia. No puedes decir que la situación es tan desesperada que es mejor que tiremos la toalla y nos vayamos a leer novelas o jugar al bridge o lo que sea, porque simplemente nunca sabes si algo de que lo hagas, escribas o digas puede llegar a convertirse en un elemento de cambio del sistema. Hay una manera muy racional de observar el propio rol de uno en la sociedad que no implica ninguna metafísica. A la cuestión de por qué seguimos luchando, mi amigo Teddy Goldsmith siempre contesta: “¿Qué otra cosa se puede hacer sino?” (What else is there to do?). Y creo que tiene razón: ¿Qué otra cosa se puede hacer sino?
NOTAS T: (1) Literalmente, “comunes”. El término se refiere al terreno propiedad del municipio (terreno comunal) que se deja sin edificar para utilizar en actos públicos, competiciones deportivas, comidas al aire libre, etc., que excepto en determinados eventos, no precisa de permiso institucional para su uso En general, recursos y bienes naturales de propiedad común y que no pueden o deben privatizarse o restringirse. (2) Red Pepper es una revista bimensual independiente de actualidad política, equivalente a El Viejo Topo, con la que colabora en el proyecto Eurotopía.



*Presidenta del consejo del Instituto Transnacional (Ámsterdam) y especialista en las distorsiones y desigualdades vinculadas a la mundialización. Norteamericana de origen y residente en París desde hace muchos años, es una de las principales intelectuales del movimiento ATTAC. Su último libro, publicado en francés, es: La Pensée enchaînée: Comment les droites laïque et religieuse se sont emparés de l´Amerique (El pensamiento encadenado: cómo se han hecho con EEUU las derechas laica y religiosa), Fayard, París, 2007.

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