Álvaro Ramis
Centro Ecuménico Diego de Medellín
En pocos días empezará en Santiago la XVII Cumbre Iberoamericana. El tema central de esta versión girará en torno a la "Cohesión Social", lo que ha abierto un debate muy relevante sobre los contenidos que deberían caracterizar a esta categoría de análisis. Se trata de un concepto en disputa, el que no es posible de abordar sin clarificar, primero, qué queremos decir al utilizar esta expresión.
Después del 11 de septiembre de 2001, el debate europeo sobre cohesión social ha tratado de abordar un asunto por años esquivado en las discusiones de esos países. El problema de ellos consiste en reconocer que los sistemas de protección social habían logrado incluir a la inmensa mayoría de la población en el ámbito económico, pero persistían -e incluso se habían agravado- ciertas tensiones que no radicaban de modo exclusivo en la distribución del ingreso, el acceso al trabajo o la pobreza. Se trata de lograr una nueva forma de integración cultural, porque las corrientes migratorias han instalado un nuevo cuadro social, con grandes masas de trabajadores procedentes de Marruecos, Turquía, el África subsahariana y América Latina. Este contexto extendió la pregunta ¿qué es ser francés, holandés o español en el siglo XXI? o ¿qué cohesiona a una nación si es tan variada su base étnica, religiosa y cultural?
Bajo la alarma desatada por el nuevo terrorismo global, Europa se empezó a cerrar bajo un concepto cada vez más estrecho de ciudadanía. Las tesis del choque de las civilizaciones se replicaban a ojos de la derecha nacionalista en los barrios obreros, en la poca integración cultural que mostrarían muchas comunidades de inmigrantes, que parecerían vivir en ghettos regidos según normas y valores distintos de los de la sociedad europea. Los medios de comunicación sembraron el miedo ante el nuevo "enemigo interno", que podía ser el apacible vecino musulmán o la joven ecuatoriana que va en el Metro. ¿Cómo extrañarse, entonces, del triunfo de partidos xenófobos, como la UDC en Suiza, hace pocos días? ¿O medidas inaceptables, como el examen de ADN exigido por el Gobierno de Sarkozy a los inmigrantes en Francia? ¿O la "devolución" de pasajeros chilenos desde Barajas?
Muchos gobiernos del Viejo Continente en los 80 y 90 confiaron a ciegas en que la integración laboral bastaba para asimilar a la población inmigrante. Pero la realidad mostró otra cosa. Poco a poco se desarrollaron pequeñas "sociedades paralelas" al alero de la mezquita, el club o las pandillas de adolescentes procedentes del mismo país. La televisión por cable e Internet permitieron vivir en Londres o Madrid para seguir el día a día del campeonato de fútbol turco, las teleseries marroquíes o los chismes de la farándula argentina. Una solución a esta nueva realidad implicaba la apertura de Europa al aporte creativo y a los valores de las comunidades de migrantes, tal como ocurrió con los españoles, alemanes o italianos llegados a América Latina en el siglo XIX e inicios del siglo XX, quienes enriquecieron nuestra cultura y nuestra convivencia.
Sin embargo, ha primado una actitud de sospecha y de desprecio por el "extraño", alimentada por una derecha que obtiene muchos votos al vociferar de forma cada vez más violenta contra los extranjeros. El debate europeo sobre cohesión social está marcado por un sesgo conservador, que parece buscar una alternativa frente a la sociedad multicultural que llegó para quedarse en el siglo XXI. Desde esa mirada, la cohesión consistiría en lograr de modo forzoso la asimilación cultural de las minorías para garantizar la gobernabilidad y la seguridad interna, lo que se puede interpretar como una versión light de la teoría de la seguridad nacional, con un enemigo interno de tez morena, costumbres exóticas y vínculos con territorios sospechosos, si no hostiles. Los "ingenieros sociales" que han impulsado el debate según este enfoque han tratado de construir un modelo de control basado en disciplinar a la sociedad más allá de las variables económicas. Es un ejercicio de biopoder nunca antes alcanzado.
¿Ésta es la cohesión social que necesitamos en América Latina? Si aquí existe una amenaza para ella no es el terrorismo, la migración o la multiculturalidad. El riesgo se encuentra en la extrema desigualdad que atraviesa a nuestras sociedades. Eso exige pensar un nuevo tipo de ciudadanía iberoamericana, amplia e integradora. Una señal positiva en este camino ha sido la reciente amnistía del Gobierno chileno a 20 mil inmigrantes indocumentados. Estas políticas pueden construir un sentido de pertenencia y de inclusión social que traspase las diferencias de piel, religión, cultura o género, y nos haga vivir bajo un nuevo contrato de deberes y derechos democráticos.
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